Comer solo es una utopía en Occidente. Nosotros tenemos un concepto de la vergüenza aplicado a la estupidez del comportamiento supuesto. Si vas a comer sin estar acompañado: ¡quédate en casa! y si no lo haces, que tu objetivo sea socializar. Como si la soledad, por si misma, no fuera un aliciente.
Llevaba 36 horas despierto y una bolsa llena de mierdas comestibles en la mano. Tenía hambre, pero mi chip occidental me hacía dudar de los sitios con sábanas con letras japonesas en la puerta, o de la variedad dividida en 10 pisos de un rascacielos, cada uno con 3 menús, sin precio fijado, que convertían la elección en un suplicio.
El Mc Donald está prohibido cuando viajas, aunque el Big Mac tenga Wasabi. Así que saqué mi disfraz de ser curioso y empecé a asomarme tras las sábanas colgantes: Vi un puticlub, una lavandería y una tienda de antigüedades que me hizo desistir del cuarto intento.
Pero el destino, a veces, te sorprende, y justo en la puerta del hotel, había tres restaurantes a la vista. Sin menú en inglés, pero con el atractivo de experimentar una escena de dibujos japoneses, como acicate.
Al entrar, el camarero me saludó extrañado. Se ve que no paraba mucho turista por allí. Era tarde (allí cenan sobre las seis) y, apenas había 4 comensales, cada uno en una esquina: uno leyendo una especie de periódico arrugado, otro comiendo con los auriculares puestos y los otros dos descojonándose con un programa de debate (e imagino que humor amarillo) de la tele. También la caja tonta parece mejor allí.
El mozo dejó que me sentara y se quedó observándome desde la distancia, dejándome margen para que tomara mi decisión. El hombre de los auriculares estaba comiendo fideos, uno de los teleadictos, removía una especie de pepinillos en un bol de arroz y los otros dos estaban comiendo sopa, imagino que, de Miso.
Me tentaron los fideos y traté de localizarlos en una carta con fotos que había sobre la mesa. En Japón es de mala educación señalar (igual que aquí), así que me arriesgué… y el japonés, servicial él, me dijo: -vely spaci -. Vamos que picaba.
Yo me encogí de hombros, caté el té al que él, amablemente, me había convidado y pensé: – Bueno, así estreno los botones del váter nipón-.
No tardó, apenas, en servirme el bol. Y como éramos pocos y había visto al tío de al lado sorbiendo, pues demostré mi técnica con los palillos y lo imité pensando que mi abuela nos hubiera cruzado la cara, por guarros, a los dos.
Picaba, sí, pero se compensaba con un cierto dulzor que, por qué negarlo, relajó el trabajo de mis jugos gástricos. Me sirvió otro vaso de té y me puse a mirar la tele, como si entendiera de qué hablaban, degustando la paz que da que no te molesten, ni te miren raro por comer solo en público. Igual es una costumbre que deberíamos importar…
Pagué y me fui a la cama con Pirokalpin como banda sonora de cierre de mi primer capítulo como dibujo animado japonés.
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