3 de octubre. Primer día (IV)
Nunca entendí los mapas. Nací sin norte, pero con una cosa buena: cierto espíritu aventurero. El suficiente para perderme las veces que haga falta, con camino o sin Machado.
Sin un destino fijo al que llegar, tu aventura siempre es más loca. Apagamos el wifi y entramos a un Seven Eleven. Como en el resto de Asia, hay un montón de supermercados de éstos por la calle. El café no está tan bueno como el de Tailandia, pero aquí las patatas saben a gamba y los frutos secos a pescado. La Coca- Cola es más azucarada, hay Fanta de uva, kit kat de fresa, bollos con restos naranjas o rojos que ¡a saber!
Igual que no hay que tener miedo a perderse, hay que atreverse a probar cosas nuevas. Yo no soy de los que añoran el jamón y la tortilla de patatas. Trato de buscar la conexión entre mi inglés famélico y el del tendero (sin erres). Unos chicles que resultaron ser caramelos insípidos, una atractiva bolsa verde brillante con gusanitos de wasabi, triskis agridulces, mantequilla con sal y café soluble. Primer pago con yenes, no parece tan caro.
Al salir, me río. Ha sido como ir a las rebajas. Ése momento en el que pagas y piensas para qué cojones necesitas un puto pantalón naranja. Pero, en este caso, no hay posibilidad de devolución. Al menos, entiendo mejor a Guitar Wolf. No sé si sería capaz de guiar una nave espacial hasta Marte, pero sí que sería capaz de comer lo que comen los extraterrestres.
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